Ganaderos del Vichada y Casanare aprenden cómo convivir con los felinos que, acorralados por la deforestación, ahora se alimentan de sus reses y caballos.
En Colombia, el tigre mariposo (‘Panthera onca’) habita principalmente en las selvas húmedas. Estos felinos pueden recorrer hasta 60 kilómetros en un día.
El municipio La Primavera lo fundó un vaquero. Cuentan que en 1959 el señor Raimundo Cruz llegó desde Venezuela a la vereda La Hermosa, en Casanare, con 60 reses de ganado detrás. Se apoderó de una isla sobre el río Meta y en 1962 padeció la furia de “la gran creciente”, una tormenta que arrasó con la casa y los animales, y obligó a los sobrevivientes a buscar otro refugio.
Junto con su esposa y unos vecinos, el hombre navegó hasta que se acomodó en una meseta de Vichada, que luego nombraron La Primavera. Antes de armar la primera casa y cercar los rebaños, Cruz debió esquivar osos hormigueros, serpientes, jaguares y caimanes. El río estaba rodeado por una biodiversidad desproporcionada que ya había sido descrita por Alexander von Humboldt en sus diarios de 1801: playas repletas de cocodrilos, tortugas, aves, dantas, manatíes y nutrias gigantes.
Cincuenta años después de las primeras hazañas de Cruz en Casanare, el veterinario venezolano Rafael Hoogesteijn —quizás uno de los expertos que más ha estudiado las relaciones entre felinos y humanos— recorre en canoa las mismas aguas mientras se desplaza desde La Primavera a La Hermosa a través de un paisaje muy diferente.
En el último siglo, la expansión de las fronteras agrícolas en el Meta, Vichada y Casanare, así como la ganadería, el comercio de fauna y flora, los monocultivos y la llegada de grandes proyectos petroleros, han transformado los paisajes y vienen amenazando el hábitat de especies como los caimanes, tortugas, pumas o jaguares.
Hoogesteijn llegó desde Brasil al llano colombiano invitado por la Organización Internacional de preservación de felinos ‘Phantera’, la Fundación Palmarito y el programa Conservación de la Biodiversidad en Predios Productivos, para hablar con un grupo de campesinos sobre cómo pueden convivir con los jaguares que los rodean y que, amenazados por la deforestación, están atacando su ganado.
El venezolano cree que es hora de que los vaqueros dejen de ver a los jaguares como una amenaza a la que hay que eliminar o un animal al que muerto puede sacársele provecho. Mentalidad que en las últimas décadas llevó a los tigres americanos casi hasta la extinción.
Durante el siglo pasado la cacería y el tráfico de pieles pusieron a estas especies en peligro. Para mediados de los 60, Colombia era un importante exportador de plumas de garza, pieles de reptiles, pumas, jaguares, aves vivas y disecadas, insectos y huevos de tortuga. Eran tiempos de cazadores, donde los hombres disfrutaban de posar arrodillados al frente de decenas de cueros extraordinarios extendidos sobre el suelo.
Sólo en la Amazonia colombiana, entre 1969 y 1973 el país exportó 452.500 pieles de babillas, tigrillos, jaguares, venados, chigüiros, saínos y nutrias. Y entre 1968 y 1970 Estado Unidos le compró a Latinoamérica 31.000 pieles de jaguar.
“Lo que ocurrió durante esos años fue una masacre. Iban a desaparecerlos. Pero ahora que las leyes han controlado la caza se ha permitido que las poblaciones de jaguares y pumas se reproduzcan. Estos animales están siendo acorralados por la deforestación. Se están talando los bosques donde viven, de los que se alimentan, y en regiones como la del llano colombiano al jaguar no le queda otra opción que comer lo que se encuentra, como las reses o los caballos de los ganaderos, quienes además matan a los felinos por miedo”, explica Hoogesteijn, asesor de la fundación Panthera en temas de conflictos entre jaguares y hombres.
En un billar donde se improvisó el salón de reuniones, un campesino levanta la mano: “acá hay leones por todo lado, pero no es sólo la ganadería, sino las sísmicas que hacen las petroleras y sus estallidos de dinamita las que están espantando los animales”, dice Osman Rodríguez, habitante de La Primavera, refiriéndose a los pumas que en esa región del país son conocidos como leones casanareños. “Por mi casa se han comido burros y caballos”. “Si veo un tigre, lo mato”, hablan otros de los asistentes.
Pero Rafael Hoogesteijn les asegura que la idea de que el jaguar y el hombre son enemigos se la inventaron los cazadores, “tenían que aparentar ser machos valientes cuando traían al tigre muerto, pero son muy pocos los casos registrados de ataques de jaguares a humanos. Los que se conocen son porque el hombre ataca y obviamente el felino se defiende. El jaguar está en América desde mucho antes de que llegaran los primeros hombres, así que, desde el punto evolutivo, los humanos nunca han sido sus presas”, les dice.
Pero esta realidad no está tan clara para los campesinos, que cegados por el miedo creen que de encontrarse un felino la primera y única opción es ‘matarlo a plomo’. Según Panthera, la eliminación de jaguares en represalia a las depredaciones de vacunos se ha convertido, junto con la deforestación y la cacería, en la mayor causa de reducción de sus poblaciones en América.
Para los expertos, los vaqueros tendrán inevitablemente que aprender a convivir con los felinos. “Si matas uno, luego vendrá otro y otro. Lo que se debe hacer es implementar estrategias para que no les quede fácil acceder al ganado, desde cosas tan sencillas como encerrar las reses en la noche, incluir en el hato algunas especies de vacas y toros criollos que saben defenderse y también combinar rebaños de búfalos con vacunos. Está comprobado que los tigres no atacan tanto a búfalos, porque éstos aplican técnicas de defensa”, dice Hoogesteijn.
Pero ante todo, insiste el veterinario, los campesinos tendrán que convencerse de la importancia que implica cuidar al jaguar. Aparte de ser una de las especies más atractivas de la selva y con mayor importancia cultural, este felino es indispensable para mantener los ecosistemas equilibrados. Se alimenta de roedores y otras especies que de multiplicarse ocasionarían graves daños a los suelos y, además, al comerse los animales muertos y enfermos se convierten en expertos controladores de plagas y enfermedades que podrían ser mortales para los humanos.
Pero la idea de acercar a humanos y felinos para avanzar en la preservación de estas especies va más allá de los ejercicios de capacitación como el de La Hermosa. A través de una iniciativa internacional, conocida como el Corredor del Jaguar, Panthera pretende conectar los bosques de los 18 países latinoamericanos donde habita este felino, desde México hasta Argentina, para garantizar su supervivencia.
Se busca que las poblaciones entren en contacto, haya intercambio genético y se garantice su salud y reproducción, y aunque es, sin duda, una iniciativa ambiciosa, si no se avanza en su consolidación en 10 años el jaguar podría desaparecer de Colombia. Así lo asegura Esteban Payán, director de Phantera en el país.
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